La Mentira I
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La Mentira I
APRENDE A DETECTAR MENTIRAS
No necesitas ser un detective profesional para saber si una persona está diciendo la verdad o está incurriendo en una mentira. Lo único que necesitas es saber cuáles son las señales que te esta enviando en sus mensajes y sobre todo ser muy observador con las acciones o inacciones o sea la forma de actuar de la persona mentirosa.
La mentira es una herramienta que casi todas las personas usan alguna vez en su vida, ya sea para perjudicar a una persona y aunque suene extraño, para beneficiar a otra(s) persona(s). Por eso, saber leer las mentiras a tiempo y anticiparte a lo que pudiera ser un daño que te puedan infligir es muy importante para evitarte frustraciones y/o inconvenientes.
Si deseas contar con herramientas para desentrañar la verdad en la gente de la que sospechas, sigue leyendo y utiliza esta información para bien y no para mal.
GESTOS EMOTIVOS Y ACCIONES CONTRADICTORIAS
En la cara están las señales en las que puedes detectar fácilmente y atrapar al mentiroso(a). Algunas son:
• Una persona sincera sonará "congruente". Ésto quiere decir que toda la información que le esté dando (sus palabras, sus acciones, su lenguaje corporal, su sentido de responsabilidad y todo encaja, o sea no contiene contradicciones.) La gente que miente es incoherente y queda mal continuamente, lo que dicen y lo que hacen no siempre va a la par.
• El manejo de los tiempos al demostrar las emociones, también es poco común. Por ejemplo, alguien honesto puede gritar que le gustó mucho el regalo (gesto de sorpresa) y luego demostrar una sonrisa, mientras que un mentiroso tiende a concentrar la sonrisa y el comentario en el mismo tiempo.
• Las expresiones, los gestos y las acciones no concuerdan. Si alguien te dice que te quiere y te da un abrazo y en vez de hablar sobre ti y tu vida sobre ¿como te va?, y lo que hace es que te pregunta inmediatamente por otra persona, o cambia el tema es obvio que lo que sale de su boca no es congruente con sus acciones.
• La expresión de emociones de todo tipo, desde felicidad y sorpresa hasta tristeza y enojo, cubren todo el rostro. Por ejemplo, alguien que sonríe naturalmente implica todo su rostro, incluyendo movimientos en mandíbulas, mejillas y ojos. En el mentiroso no hay emocion en sus ojos ni su frente, solo en sus labios o boca.
REACCIONES
La forma de actuar ante las acciones también es una forma de averiguarlo. A continuación algunas señales:
Una persona que se sabe culpable de una mentira adopta una postura defensiva. Mientras que una inocente va al ataque o a reclamar al sentirse ofendida y cuestionar sus sospechas. El mentiroso se limitará a defenderse y ofrecer excusas, hasta hacer acusaciones contra quien lo cuestiona, hasta valiendose de artimañas poco eticas y/o profesionales, tienden a tergiversar la realidad.
El mentiroso se siente incómodo y evita la conversación y el encuentro de quien lo cuestiona, por lo tanto, tiende a tener el menor contacto posible con la victima de su engaño. Es el tipo de persona que le dice a su secretaria: -Dile que estoy en una reunión.-
Un mentiroso si es cuestionado atacará y subconcientemente se identificara a si mismo al decirle (mentiroso, embaucador o charlatán) a quien le señala, cuando esas palabras realmente se las dice a si mismo, de forma inconciente.
El mentiroso es una persona que cambia mucho de parecer y queda mal de continuo con la gente con quien ha hecho compromisos. Quedar mal es su principal caracteristica.
Si eres una persona que conoce todos los trucos del mentiroso y caes ante sus engaños, entonces tu serás el responsable del mal que te suceda. Si por el contrario los anticipas no deberias sufrir ninguna consecuencia.
Si has decidido creer en alguien o darle una oportunidad y luego te das cuenta que te va a engañar y hacer daño, entonces tienes las opciones de usar tus conocimientos para evitar ser engañado.
Si conoces como detectar un mentiroso puedes hacer una de (3) tres:
O se lo dices y lo confrontas
O dejas que las cosas transcurran y se compliquen
O decides jugar con el y hacerle creer que se va a salir con la suya, entonces lo tomas por sorpresa. (al menos esta es mi preferida) de modo que de esa forma el mentiroso y charlatán aprende una lección.
Para una persona que conoce y sabe leer el lenguaje del los mentirosos, estos son como los idiotas o delincuentes que dejan saber lo que van a hacer con anticipación, de manera que cuando actuan, ya los estaban esperando.
El mentiroso es como un telegrafo que continuamente envia señales.
El proposito de este trabajo es que conozcas esas señales y aprendas a identificarlos con tiempo.
Estudio y Analisis
¿Pueden las personas controlar todos los mensajes que transmiten, incluso cuando están muy perturbadas, o es que su conducta no verbal delatará lo que esconden las palabras?
Mi finalidad al escribir estos estudios no ha sido dirigirme sólo a quienes se ven envueltos en mentiras mortales. He llegado al convencimiento de que el examen de las motivaciones y circunstancias que llevan a la gente a mentir o a decir la verdad puede contribuir a la comprensión de muchas relaciones humanas. Pocas de éstas no entrañan algún engaño, o al menos la posibilidad de un engaño. Los padres les mienten a sus hijos con respecto a la vida sexual para evitarles saber cosas que, en opinión de aquéllos, los chicos no están preparados para saber; y sus hijos, cuando llegan a la adolescencia, les ocultan sus aventuras sexuales porque sus padres no las comprenderían. Van y vienen mentiras entre amigos (ni siquiera su mejor amigo le contaría a usted ciertas cosas), entre profesores y alumnos, entre médicos y pacientes, entre marido y mujer, entre testigos y jueces, entre abogados y clientes, entre vendedores y compradores.
Mentir es una característica tan central de la vida que una mejor comprensión de ella resulta pertinente para casi todos los asuntos humanos. A algunos este aserto los hará estremecerse de indignación, porque entienden que la mentira es siempre algo censurable. No comparto esa opinión. Proclamar que nadie debe mentir nunca en una relación sería caer en un simplismo exagerado; tampoco recomiendo que se desenmascaren todas las mentiras. La periodista Ann Landers está en lo cierto cuando dice, en su columna de consejos para los lectores, que la verdad puede utilizarse como una cachiporra y causar con ella un dolor cruel. También las mentiras pueden ser crueles, pero no todas lo son. Algunas —muchas menos de lo que sostienen los mentirosos— son altruistas. Hay relaciones sociales y/o religiosas que se siguen disfrutando gracias a que preservan determinados mitos (por ejemplo que Jesús nacio un 25 de diciembre y que Santa Claus existe). Sin embargo, ningún mentiroso debería dar por sentado que su víctima quiere ser engañada, y ningún descubridor de mentiras debería arrogarse el derecho a poner al descubierto toda mentira. Existen mentiras inofensivas y hasta humanitarias. Desenmascarar siempre ciertas mentiras que no hacen mayor daño, puede provocar humillación al mentiroso quien tal vez lo haga en cierto modo por agradar y/o hasta hacer amena una conversación. El cuentista folclórico que miente por entretener, no se debe confundír con el mentiroso egoista que va a sacar ventaja de ti y hacerte daño, son dos tipos diferentes.
En muchos casos, la víctima del engaño pasa por alto los errores que comete el embustero, dando la mejor interpretación posible a su comportamiento ambiguo y entrando en connivencia con aquél para mantener el engaño y eludir así las terribles consecuencias que tendría para si mismo al sacarlo a la luz. Un marido engañado por su mujer que hace caso omiso de los signos que delatan el adulterio puede así, al menos, posponer la humillación de quedar al descubierto como cornudo y exponerse a la posibilidad de un divorcio. Aun cuando reconozca para sí la infidelidad de su esposa, quizá coopere en ocultar su engaño para no tener que reconocerlo ante ella o ante los demás. En la medida en que no se hable del asunto, tal vez le quede alguna esperanza, por remota que sea, de haberla juzgado equivocadamente, de que ella no esté envuelta en ningún amorío.
EL ALCANCE DE LA DEFINICIÓN DE MENTIRA
Si una persona que a uno le resulta molesta falta a la verdad, es fácil que la llamemos mentirosa, pero en cambio es muy difícil que empleemos ese término por grave que haya sido su falta a la verdad, si simpatizamos con ella, es nuestro jefe o estamos haciendo un negocio con esa persona.
Sin embargo, para mi definición de lo que es mentir o engañar (utilizo estos términos en forma indistinta), estas cuestiones carecen de significatividad. Muchas personas —por ejemplo, las que suministran información falsa contra su voluntad— faltan a la verdad sin por ello mentir. Una mujer que tiene la idea delirante de que es María Magdalena no es una mentirosa, aunque lo que sostiene es falso. Dar a un cliente un mal consejo en materia de inversiones financieras no es mentir, a menos que en el momento de hacerlo el consejero financiero supiera que estaba faltando a la verdad. Si la apariencia de alguien transmite una muy mala impresión no está por ello mintiendo necesariamente, como no miente el camaleón que apela al camuflaje para asemejarse a una hoja, como no miente el individuo cuya ancha frente sugiere un mayor nivel de inteligencia del que realmente está dotado, como tampoco miente una persona con grandes titulos que en la practica es un mediocre.
Un mentiroso puede decidir que no va a mentir. Desconcertar a la víctima es un hecho deliberado; el mentiroso tiene el propósito de tenerla mal informada. La mentira puede o no estar justificada en opinión del que la dice o de la comunidad a la que pertenece. El mentiroso puede ser una buena o una mala persona, puede contar con la simpatía de todos o resultar antipático y desagradable a todos. Pero lo importante es que la persona que miente está en condiciones de elegir entre mentir y decir la verdad, y conoce la diferencia, Los mentirosos patológicos, que saben que están faltando a la verdad pero no pueden controlar su conducta, no cumplen con mis requisitos. Tampoco aquellos individuos que ni siquiera saben que están mintiendo, de los que a menudo se dice que son víctimas del autoengaño. Un mentiroso puede llegar a creer en su propia mentira con el correr del tiempo; en tal caso, dejaría de ser un mentiroso, y sería mucho más difícil detectar sus faltas a la verdad, por razones que explicaré más adelante. Un episodio de la vida de Benito Mussolini muestra que la creencia en la propia mentira no siempre es beneficiosa para su autor:
“...en 1938, la composición de las divisiones del ejército (italiano) se había modificado de modo tal que cada una de ellas abarcaba dos regimientos en lugar de tres. Esto le resultaba interesante a Mussolini, porque le permitía decir que el fascismo contaba con sesenta divisiones, en lugar de algo más de la mitad; pero el cambio provocó una enorme desorganización justo cuando la guerra estaba por iniciarse; y a raíz de haberse olvidado de él, varios años después Mussolini cometió un trágico error al calcular el poderío de sus fuerzas. Parece que muy pocos, excepto él mismo, fueron engañados”.
Para definir una mentira no sólo hay que tener en cuenta al mentiroso sino también a su destinatario, Hay mentira cuando el destinatario de ella no ha pedido ser engañado, y cuando el que la dice no le ha dado ninguna notificación previa de su intención de mentir. Sería extravagante llamar mentirosos a los actores teatrales; sus espectadores han aceptado ser engañados por un tiempo; por eso están ahí. Los actores no adoptan —como lo hace un estafador— una personalidad falsa sin alertar a los demás de que se trata de una pose asumida sólo por un tiempo. Ningún cliente de un asesor financiero seguiría a sabiendas sus consejos si éste le dijese que la información que va a proporcionarle es muy convincente…, pero falsa.
En mi definición de una mentira o engaño, entonces, hay una persona que tiene el propósito deliberado de engañar a otra, sin notificarla previamente de dicho propósito ni haber sido requerida explícitamente a ponerlo en práctica por el destinatario. Existen dos formas fundamentales de mentir: ocultar y falsear. El mentiroso que oculta, retiene cierta información sin decir en realidad nada que falte a la verdad. El que falsea da un paso adicional: no sólo retiene información verdadera, sino que presenta información falsa como si fuera cierta.
OCULTAMIENTO Y FALSEAMIENTO
A menudo, para concretar el engaño es preciso combinar el ocultamiento con el falseamiento, pero a veces el mentiroso se las arregla con el ocultamiento simplemente.
No todo el mundo considera que un ocultamiento es una mentira; hay quienes reservan este nombre sólo para el acto más notorio del falseamiento. Si un médico no le dice a su paciente que la enfermedad que padece es terminal, si el marido no le cuenta a la esposa que la hora del almuerzo la pasó en un motel con la amiga más íntima de ella, si el detective no le confiesa al sospechoso que un micrófono oculto está registrando la conversación que éste mantiene con su abogado, en todos estos casos no se transmite información falsa, pese a lo cual cada uno de estos ejemplos se ajusta a mi definición de mentira. Los destinatarios no han pedido ser engañados y los ocultadores han obrado de forma deliberada, sin dar ninguna notificación previa de su intento de engañar. Han retenido la información a sabiendas e intencionadamente, no por casualidad. Hay excepciones: casos en que el ocultamiento no es mentira, porque hubo una notificación previa o se logró el consentimiento del destinatario para que lo engañasen. Si marido y mujer concuerdan en practicar un “matrimonio abierto” en que cada uno le ocultará sus amorfos al otro a menos que sea interrogado directamente, no sería una mentira que el primero callase su encuentro con la amiga de su esposa en el motel. Si el paciente le pide al médico que no le diga nada en caso de que las noticias sean malas, no será una mentira del médico que se guarde esa información. Distinto es el caso de la conversación entre un abogado y su cliente, ya que la ley dispone que, por sospechoso que éste sea para la justicia, tiene derecho a esa conversación privada; por lo tanto, ocultar la trasgresión de ese derecho siempre será mentir.
Cuando un mentiroso está en condiciones de escoger el modo de mentir, por lo general preferirá ocultar y no falsear. Esto tiene muchas ventajas. En primer lugar, suele ser más fácil: no hay nada que fraguar ni posibilidades de ser atrapado antes de haber terminado con el asunto. Se dice que Abraham Lincoln declaró en una oportunidad que no tenía suficiente memoria como para ser mentiroso. Si un médico le da a su una explicación falsa sobre la enfermedad que padece para ocultarle que lo llevará a la tumba, tendrá que acordarse de esa explicación para no ser incongruente cuando se le vuelva a preguntar algo, unos días después.
También es posible que se prefiera el ocultamiento al falseamiento porque parece menos censurable. Es pasivo, no activo. Los mentirosos suelen sentirse menos culpables cuando ocultan que cuando falsean, aunque en ambos casos sus víctimas resulten igualmente perjudicadas. El mentiroso puede tranquilizarse a sí mismo con la idea de que la víctima conoce la verdad, pero no quiere afrontarla. Una mentirosa podría decirse: “Mi esposo debe estar enterado de que yo ando con alguien, porque nunca me pregunta dónde he pasado la tarde. Mi discreción es un rasgo de bondad hacia él; por cierto que no le estoy mintiendo sobre lo que hago, sólo he preferido no humillarlo, no obligarlo a reconocer mis amorfos”.
Por otra parte, las mentiras por ocultamiento son mucho más fáciles de disimular una vez descubiertas. El mentiroso no se expone tanto y tiene muchas excusas a su alcance: su ignorancia del asunto, o su intención de revelarlo más adelante, o la memoria que le está fallando, etc., etc. El testigo que declara bajo juramento que lo que dice fue tal como lo dice “hasta donde puede recordarlo”, deja abierta la puerta para escapar por si más tarde tiene que enfrentarse con algo que ha ocultado. El mentiroso que alega no recordar lo que de hecho recuerda pero retiene deliberadamente, está a mitad de camino entre el ocultamiento y el falseamiento. Esto suele suceder cuando ya no basta no decir nada: alguien hace una pregunta, se lo reta a tablar. Su falseamiento consiste en no recordar, con lo cual evita tener que recordar una historia falsa; lo único que precisa recordar es su afirmación falsa de que la memoria le falla. Y si más tarde sale a luz la verdad, siempre podrá decir que él no mintió, que sólo fue un problema de memoria.
Un episodio del escándalo de Watergate que llevó a la renuncia del presidente Richard Nixon ilustra esta estrategia de fallo de la memoria. Al aumentar las pruebas sobre la implicación de los asistentes presidenciales H.R. Haldeman y John Ehrlichman en la intromisión ilegal y encubrimiento, éstos se vieron obligados a dimitir. Mientras aumentaba la presión sobre Nixon, Alexander Haig ocupó el puesto de Haldeman.
“Hacía menos de un mes que Haig estaba de vuelta en la Casa Blanca —leemos en una crónica periodística— cuando, el 4 de junio de 1973, él y Nixon discutieron de qué manera hacer frente a las serias acusaciones de John W. Dean, ex consejero de la Casa Blanca. Según una cinta magnetofónica de esa conversación, que se dio a conocer a la opinión pública durante la investigación, Haig le recomendó a Nixon esquivar toda pregunta sobre esos alegatos diciendo ‘que usted simplemente no puede recordarlo’.
Un fallo de la memoria sólo resulta creíble en limitadas circunstancias. Si al médico se le pregunta silos análisis dieron resultado negativo, no puede contestar que no lo recuerda, ni tampoco el detective puede decir que no recuerda si se coloca ron los micrófonos en la habitación del sospechoso. Un olvido así sólo puede aducirse para cuestiones sin importancia o para algo que sucedió tiempo atrás. Ni siquiera el paso del tiempo es excusa suficiente para no recordar hechos extraordinarios que supuestamente todo el mundo recordará siempre, sea cual fuere el tiempo que transcurrió desde que sucedieron.
Pero cuando la víctima lo pone en situación de responder, el mentiroso pierde esa posibilidad de elegir entre el ocultamiento y el falseamiento. Si la esposa le pregunta al marido por qué no estaba en la oficina durante el almuerzo, él tendrá que falsear los hechos si pretende mantener su amorío en secreto. Podría decirse que aun una pregunta tan común como la que se formula durante la cena, “¿Cómo te fue hoy, querido?”, es un requerimiento de información, aunque es posible sortearlo: el marido aludirá a otros asuntos que ocultan el uso que dio de ese tiempo, a menos que una indagatoria directa lo fuerce a elegir entre inventar o decir la verdad.
Hay mentiras que de entrada obligan al falseamiento, y para las cuales el ocultamiento a secas no bastará. La paciente Mary no sólo debía ocultar su angustia y sus planes de suicidarse, sino también simular sentirse mejor y querer pasar el fin de semana con su familia. Si alguien pretende obtener un empleo mintiendo sobre su experiencia previa, con el ocultamiento solo no le alcanzará: deberá ocultar su falta de experiencia, sí, pero además tendrá que fabricarse una historia laboral. Para escapar de una fiesta aburrida sin ofender al anfitrión no sólo es preciso ocultar la preferencia propia por ver la televisión en casa, sino inventar una excusa aceptable —una entrevista de negocios a primera hora de la mañana, problemas con la chica que se queda a cuidar a los niños, o algo semejante—.
También se apela al falseamiento, por más que la mentira no lo requiera en forma directa, cuando el mentiroso quiere encubrir las pruebas de lo que oculta. Este uso del falseamiento para enmascarar lo ocultado es particularmente necesario cuando lo que se deben ocultar son emociones. Es fácil ocultar una emoción que ya no se siente, mucho más difícil ocultar una emoción actual, en especial si es intensa. El terror es menos ocultable que la preocupación, la furia menos que el disgusto. Cuanto más fuerte sea una emoción, más probable es que se filtre alguna señal pese a los denodados esfuerzos del mentiroso por ocultarla. Simular una emoción distinta, una que no se siente en realidad, puede ayudar a disimular la real. La invención de una emoción falsa puede encubrir la autodelación de otra que se ha ocultado.
MENTIRA Y EMOCIONES
Ponerse una máscara es la mejor manera de ocultar una e emoción, Si uno se cubre el rostro o parte de él con la mano o lo aparta de la persona que habla dándose media vuelta, habitualmente eso dejará traslucir que está mintiendo.
La mejor máscara es una emoción falsa, que desconcierta y actúa como camuflaje. Es terriblemente arduo mantenerse frio o dejar las manos quietas cuando se siente una emoción intensa: no hay ninguna apariencia más difícil de lograr que la frialdad, neutralidad o falta de emotividad cuando por dentro ocurre lo contrario, Mucho más fácil es adoptar una pose, detener o contrarrestar con un conjunto de acciones contrarias a aquellas que expresan los verdaderos sentimientos.
El juego de poker es otra de las situaciones en las que uno puede recurir al enmascaramiento para ocultar una emoción. Si un jugador se entusiasma con la perspectiva de llevarse todo el dinero porque ha recibido unas cartas soberbias, deberá disimular su entusiasmo si no quiere que los demás se retiren del juego en esa vuelta. Ponerse una máscara con señales de otra clase de sentimiento sería peligroso: si pretende parecer decepcionado o irritado por las cartas que le vinieron, los demás pensarán que no tiene un buen juego y que se irá al mazo, en vez de continuar la partida. Por lo tanto, tendrá que lucir su rostro más neutral, el propio de un jugador de poker. En caso de que le hayan venido cartas malas y quiera disimular su desengaño o fastidio con un “bluff”, o sea, una fuerte apuesta engañosa tendente a asustar a los otros, podría usar una máscara: fraguando entusiasmo o alegría quizá logre esconder su desilusión y dar la impresión de que tiene buenas cartas, pero es probable que los demás jugadores caigan en la trampa y lo consideren un novato: se supone que un jugador experto ha dominado el arte de no revelar ninguna emoción sobre lo que tiene en la mano.
Dicho sea de paso, las falsedades que sobrevienen en una partida de poker –los ocultamientos o los bluffs— no se ajustan a mi definición lo que es una mentira: nadie espera que un jugador de poker vaya a revelar las cartas que ha recibido y el juego en sí constituye una notificación previa de que los jugadores tratarán de despistarse unos a otros.
En su estilo sobre los jugadores de poker, David Hayano describe otra de las estratagemas utilizadas por los jugadores profesionales: “charlan animadamente a lo largo de toda la partida para poner nerviosos y ansiosos a sus contrincantes. (...) Dicen verdades como si fueran mentiras, y mentiras como si fueran verdades. Junto con esta verborrea, usan gestos y ademanes vivaces y exagerados. De uno de estos jugadores se decía que ‘se movía más que una bailarina de cabaret en la danza del vientre’ “. (“Poker Lies and Tells”, Human Behavior, marzo 1979.)
Para ocultar una emoción cualquiera, puede inventarse cualquier otra emoción falsa. La más habitualmente utilizada la sonrisa. Actúa como lo contrario de todas las emociones creativas: temor, ira, desazón, disgusto, etc. Suele elegírsela porque para concretar muchos engaños el mensaje que se necesita es alguna variante de que uno está contento. El empleado desilusionado porque su jefe ha promocionado a otro en lugar de él le sonreirá al jefe, no sea que éste piense que se siente herido o enojado. La amiga cruel adoptará la pose de bienintencionada descargando sus acerbas críticas con una sonrisa de sincera preocupación.
Otra razón por la cual se recurre tan a menudo a la sonrisa como máscara es que ella forma parte de los saludos convencionales y suelen requerirla la mayoría de los intercambios socia les corteses. Aunque una persona se sienta muy mal, por lo común no debe demostrarlo para nada ni admitirlo en un intercambio de saludos; más bien se supone que disimulará su malestar y lucirá la más amable sonrisa al contestar: “Estoy muy bien, gracias, ¿y usted?”. Sus auténticos sentimientos probablemente pasarán inadvertidos, no porque la sonrisa sea una máscara tan excelente, sino porque en esa clase de intercambios corteses a la gente rara vez le importa lo que siente el otro. Todo lo que pretende es que finja ser amable y sentirse a gusto. Es rarísimo que alguien se ponga a escrutar minuciosamente lo que hay detrás de esas sonrisas: en el contexto de los saludos amables, todo el mundo está habituado a pasar por alto las mentiras. Podría aducirse que no corresponde llamar mentiras a estos actos, ya que entre las normas implícitas de tales intercambios sociales está la notificación previa de que nadie transmitirá sus verdaderos sentimientos.
Otro de los motivos por los cuales la sonrisa goza de tanta popularidad como máscara es que constituye la expresión facial de las emociones que con mayor facilidad puede producirse a voluntad. Mucho antes de cumplir un año, el niño ya sabe sonreír en forma deliberada; es una de sus más tempranas manifestaciones tendentes a complacer a los demás. A lo largo de toda la vida social, las sonrisas presentan falsamente sentimientos que no se sienten pero que es útil o necesario mostrar. Pueden cometerse errores en la forma de evidenciar estas sonrisas falsas, prodigándolas demasiado o demasiado poco. También puede haber notorios errores de oportunidad, dejándolas caer mucho antes de la palabra o frase a la que deben acompañar, o mucho después. Pero en sí mismos los movimientos que llevan a producir una sonrisa son sencillos, lo que no sucede con la expresión de todas las demás emociones.
A la mayoría de la gente, las emociones que más les cuesta fraguar son las negativas. Mi investigación revela que la mayor parte de los sujetos no son capaces de mover de forma voluntaria los músculos específicos necesarios para simular con realismo una falsa congoja o un falso temor. El enojo y la repulsión no vivenciados pueden desplegar- se con algo más de facilidad, aunque se cometen frecuentes equivocaciones. Si la mentira exige falsear una emoción negativa en lugar de una sonrisa, el mentiroso puede verse en aprietos. Hay excepciones: Hitler era, evidentemente, un actor superlativo, dotado de una gran capacidad para inventar convincentemente emociones falsas. En una entrevista con el embajador inglés se mostró terriblemente enfurecido, gritó que así no se podía seguir hablando y se fue dando un portazo; un oficial alemán presente en ese momento contó más adelante la escena de este modo: “Apenas había cerrado estrepitosamente la puerta que lo separaba del embajador, lanzó una carcajada, se dio una fuerte palmada en el muslo y exclamó: ‘¡Chamberlain no sobrevivirá a esta conversación! Su gabinete caerá esta misma noche’“
OTRAS FORMAS DE MENTIRA
Además del ocultamiento y el falseamiento, existen muchas otras maneras de mentir. Ya sugerí una al referirme a lo que podría hacer Ruth, el personaje de Updike, para mantener engañado a su marido a pesar del pánico. En vez de ocultar este último, cosa difícil, podría reconocerlo pero mentir en lo tocante al motivo que lo había provocado.
Otra técnica parecida consiste en decir la verdad de una manera retorcida, de tal modo que la víctima no la crea. O sea, decir la verdad... falsamente. O también recurriendo, a propósito, a la exageración.
Un ardid semejante al de decir falsamente una verdad es ocultarla a medias. Se dice la verdad, pero sólo de manera parcial. Una exposición insuficiente, o una que deja fuera el elemento decisivo, permite al mentiroso preservar el engaño sin decir de hecho nada que falte a la verdad.
Otra técnica que permite al mentiroso evitar decir algo que falte a la verdad es la evasiva por inferencia incorrecta. El columnista de un periódico describió humorísticamente cómo es posible apelar a ella para resolver el conocido intríngulis de tener que emitir una opinión ante la obra de un amigo cuando esa obra a uno no le gusta. Supongamos que es el día de la inauguración de su exposición de cuadros. Uno piensa que los cuadros de su amigo son un espanto, pero hete aquí que antes de poder deslizarse hacia la puerta de salida nuestro amigo viene a estrecharnos la mano y sin demora nos pregunta qué opinamos:
“‘Oh, Jerry’ —le contestaremos (suponiendo que nuestro artista se llame Jerry), y mirándolo fijo a los ojos como si estuviéramos embargados por la emoción, añadiremos: —‘¡Jerry, Jerry, Jerry!’. "te la comistes"
No hay que soltarle la mano en todo este tiempo ni dejar de mirarlo fijo. Hay un 99 por ciento de probabilidades de que Jerry finalmente se libere de nuestro apretón de mano, farfulle una frase modesta y siga adelante... Claro que hay variantes. Por ejemplo, adoptar el tono altanero de un crítico de arte y la tercera persona gramatical invisible, y dividiendo en dos etapas la declaración, decir: ‘Jerry. Jerry. ¿Qué podría uno decir’?’ O bajando el tono de voz, más equívocamente: ‘Jerry... No encuentro palabras’. O con un poquito más de ironía: ‘Jerry: todo el mundo, todo el mundo, habla de ti’ “.
La virtud de esta estratagema, como la de la verdad a medias o la de decir la verdad falsamente, consiste en que el mentiroso no se ve forzado a faltar en modo alguno a la verdad. Sin embargo, considero que éstas son mentiras de todas maneras, porque hay un propósito deliberado de despistar al destinatario sin darle ninguna notificación previa.
Algún aspecto del comportamiento del mentiroso puede traicionar estas mentiras. Existen dos clases de indicios del engaño: un error puede revelar la verdad, o bien puede sugerir que lo dicho o lo hecho no es cierto sin por ello revelar qué es lo cierto. Cuando por error un mentiroso revela la verdad, yo lo llamo autodelación; y llamo pista sobre el embuste a las características de su conducta que nos sugieren que está mintiendo pero no nos dicen cuál es la verdad. Si el médico de una paciente que miente nota que ella se retuerce las manos al mismo tiempo que le dice que se siente muy bien, tendrá una pista sobre su embuste, una razón para sospechar que ella le miente; pero no sabrá cómo se siente realmente —podría estar rabiosa por la mala atención que se le brinda en el hospital, o disgustada consigo misma, o temerosa por su futuro—, salvo que ella cometa una autodelación. Una expresión de su rostro, su tono de voz, un desliz verbal o ciertos ademanes podrían traslucir sus auténticos sentimientos.
Una pista sobre el embuste responde al interrogante de si el sujeto está o no mintiendo, pero no revela lo que él oculta: sólo una autodelación puede hacerlo. Con frecuencia, eso no importa. La pista sobre el embuste es suficiente cuando la cuestión es saber si la persona miente, más que saber qué es lo que oculta. En tal caso no se precisa ninguna autodelación. La información sustraída puede imaginarse, o no viene al caso. Si un gerente percibe, gracias a una pista de este tipo, que el candidato que se presentó para el cargo le está mintiendo, con eso le basta, y no necesita ninguna autodelación del candidato para tomar la decisión de no emplear en su empresa a un mentiroso.
Hay ocasiones en que la autodelación sólo proporciona una parte de la información que la víctima necesita conocer: transmite más que la pista sobre el embuste, pero no todo lo que se ha ocultado. Recordemos el episodio ya mencionado de Marry Me, de Updike. Ruth se vio presa del pánico porque no sabía cuánto había escuchado su esposo de la conversación telefónica que ella había mantenido con su amante. Cuando Jerry se dirigió a ella, tal vez Ruth hiciera algo que dejase traslucir su pánico (un temblor en los labios, un fugaz enarcamiento de las cejas). En ese contexto, un indicio tal sería suficiente para saber que estaba mintiendo, pues... ¿por qué otro motivo podría preocuparle que su esposo le hiciera esa pregunta? Ahora bien, dicha pista nada le diría a Jerry en cuanto a la mentira en sí, ni con quién estaba hablando ella. Jerry obtuvo parte de esa información porque la voz de Ruth la autodelató. Al explicarle por qué motivo no creía en lo que ella le había dicho sobre su interlocutor telefónico, Jerry le dice:
“—Fue por tu tono de voz.
“—¿En serio? ¿Y cómo era?— ella quiso lanzar una risita nerviosa.
“El miró al aire, como si se tratase de un problema estético. Se veía cansado y con el cabello cortado al ras parecía más joven y más delgado.
“—-Era un tono distinto al de costumbre —dijo—» Era la voz de una mujer»
“—Eso es lo que soy: una mujer.
“—Pero conmigo usas una voz de chiquilla —continuó él”.
La voz que había usado Ruth no era la que usaría con una empleada de la escuela dominical, sino más bien con un amante. Ella trasunta que el engaño de Ruth probablemente esté referido a un asunto amoroso, aunque todavía no le dice a su marido cómo es toda la historia. Jerry no sabe aún si el idilio acaba de comenzar o está avanzado; tampoco sabe quién es el amante de su mujer. No obstante, sabe más de lo que habría podido averiguar con una pista sobre su embuste, que a lo sumo le habría informado que ella mentía.
EL TEMOR A SER ATRAPADO
En sus formas más moderadas, este temor, en vez de desbaratar las cosas, puede ayudar al mentiroso a no incurrir en equivocaciones al mantenerlo alerta. Si el temor es mayor, puede producir signos conductuales que el descubridor de mentiras avezado notará enseguida, y si es mucho mayor, el temor del mentiroso a ser atrapado da origen exactamente a lo que él teme. Si un mentiroso fuera capaz de calibrar cuál será su recelo a ser detectado en caso de embarcarse en un embuste, estaría en mejores condiciones para resolver si vale la pena correr el riesgo. Y aunque ya haya decidido correrlo, saber estimar qué grado de recelo a ser detectado podría llegar a sentir lo ayudará a programar medidas contrarrestantes a fin de reducir u ocultar su temor. Esta información puede serle útil, asimismo, al descubridor de mentiras: si prevé que un sospechoso tiene mucho temor de ser atrapado, estará muy atento a cualquier evidencia de ese temor.
Un padre que se ha mostrado suspicaz y desconfiado con su hijo y no le ha creído cuando le dijo la verdad, despertará temor en un chico inocente. Esto plantea un problema decisivo en la detección del engaño: es casi imposible diferenciar el temor a que no le crean del niño inocente, del recelo a ser detectado que siente el niño culpable: las señales de uno y otro serán las mismas.
Estos problemas no se presentan exclusivamente en el descubrimiento del engaño entre padre e hijo: siempre es difícil distinguir el temor del inocente a que no le crean, del recelo del culpable a ser detectado. Y la dificultad se agranda cuando el descubridor de la mentira tiene fama de suspicaz, de no haber aceptado sin más la verdad anteriormente. A éste le será cada vez más problemático distinguir aquel temor de este recelo. La práctica del engaño, así como el éxito reiterado en instrumentarlo, reducirá siempre el recelo a ser detectado. El marido que engaña a su esposa con la decimocuarta amante no se preocupará mucho porque lo atrape: ya tiene práctica suficiente, sabe lo que puede prever que sucederá y lo que tiene que encubrir; y lo que es más importante, sabe que puede salir airoso. La confianza en uno mismo aminora el recelo de ser descubierto. Por otra parte, un mentiroso que se propasa en su autoconfianza puede cometer errores por descuido; es probable que cierto recelo de ser detectado sea útil para todos los mentirosos.
El detector eléctrico de mentiras, o polígrafo, opera basándose en los mismos principios que la persona que quiere detectar mentiras a través de señales conductuales que las traicionen, y está sujeto a los mismos problemas. El polígrafo no detecta mentiras sino sólo señales emocionales. Sus cables le son aplicados al sospechoso a fin de medir los cambios en su respiración, sudor y presión arterial. Pero en sí mismos el sudor o la presión arterial no son signos de engaño: las palmas de las manos se humedecen y el corazón late con mayor rapidez cuando el individuo experimenta una emoción cualquiera.
Por eso, antes de efectuar esta prueba, la mayoría de los expertos que utilizan el polígrafo tratan de convencer al sujeto de que el aparato nunca falla, y le administran lo que se conoce como una “prueba de estimulación”. La técnica más frecuente consiste en demostrarle al sospechoso que la máquina podrá adivinar qué naipe ha extraído del mazo. Se le hace extraer un naipe y después volver a ponerlo en el mazo; luego se le pide que conteste negativamente cada vez que el examinador le inquiere por un naipe en particular. Algunos expertos que emplean este aparato no cometen errores gracias a que desconfían de él, y utilizan un mazo de naipes marcados. Justifican la trampa basándose en dos argumentos: si el sospechoso es inocente, importa que él crea que la máquina es perfecta, pues de lo contrario tendría temor de que no le creyesen; si es culpable, importa que tenga recelo de ser atrapado, pues de lo contrario el aparato no operaría en verdad. La mayoría de los que utilizan el polígrafo no incurren en esta trampa contra sus sujetos, y confían en que el polígrafo sabrá decirles con exactitud cuál fue el naipe extraído.
Ocurre lo mismo que en "Pleito de Honor": el sospechoso tiene que estar persuadido de la habilidad del otro para descubrir su mentira. Los signos de que tiene temor serían ambiguos si no pudiesen disponerse las cosas de modo que únicamente el mentiroso tenga miedo, no el veraz Los exámenes con polígrafos no sólo fracasan porque algunos inocentes temen ser falsamente acusados o porque por algún otro motivo los perturba el hecho de ser sometidos a un examen, sino también porque algunos delincuentes no creen en la máquina mágica: saben que pueden burlarla, y por eso mismo se vuelve más probable que sean capaces de lograrlo.
Hasta ahora hemos visto de qué manera la fama del descubridor de mentiras puede influir en el recelo a ser detectado del mentiroso y en el temor a que no le crean del inocente. Otro factor que gravita en el recelo a ser detectado es la personalidad del mentiroso. Hay individuos a los que les cuesta mucho mentir, en tanto que otros lo hacen con pasmosa soltura. Se sabe mucho más de los que mienten con facilidad que de los que no pueden hacerlo. Algo pude descubrir sobre estos últimos en mi investigación sobre el ocultamiento de las emociones negativas.
Hay individuos que son especialmente recelosos de ser atrapados mintiendo; están convencidos de que todos los que los están mirando se darán cuenta de que miente, lo que se convierte en una profecía que termina por cumplirse
Hasta ahora he descrito dos factores determinantes del recelo a se detectado: la personalidad del mentiroso y, antes que esto, la fama y carácter del descubridor de la mentira. No menos importante es lo que está en juego al mentir. La regla es muy simple: cuanto más sea lo que está en juego, mayor será el recelo a ser detectado. Pero la aplicación de esta regla puede ser complicada, porque no siempre es sencillo averiguar qué es lo que está en juego.
El recelo a ser detectado será mayor si lo que está en juego es evitar un castigo, y no meramente ganar una recompensa.
Un engaño puede acarrear dos clases de castigo: el castigo que aguarda en caso de que la mentira falle y el que puede recibir el propio acto de mentir. Si están en juego ambos, será mayor el recelo a ser detectado. A veces el castigo en caso de que a uno lo descubran engañando es mucho peor que el castigo que deseaba evitar con su engaño. En ‘Pleito de honor’, el padre le comunicó a su hijo que ésa era la situación. Si el descubridor de mentiras puede hacerle saber con claridad al sospechoso, antes de interrogarlo, que su castigo por mentir será peor que el que se le imponga por su delito, tiene más probabilidades de disuadirlo de que mienta.
Pero aunque el transgresor sepa que el daño que sufrirá si se descubre su mentira será mayor que el que recibirá si admite su falta, mentir puede resultarle muy tentador, ya que confesar la verdad le provocará perjuicios inmediatos y seguros, en tanto que la mentira contiene en sí la posibilidad de evitar todo perjuicio. La perspectiva de eludir un castigo inmediato puede ser tan atrayente que el impulso que lo lleva a eso hace que el mentiroso subestime la probabilidad de ser atrapado, y el precio que ha de pagar en caso de serlo. El reconocimiento de que la confesión habría sido una mejor estrategia llega demasiado tarde, cuando el engaño se ha mantenido ya por tanto tiempo y con tantas argucias, que ni siquiera la confesión logra reducir el castigo.
Para sintetizar, el recelo a ser detectado es mayor cuando:
• el destinatario tiene fama de no ser fácilmente engañable;
• el destinatario se muestra suspicaz desde el comienzo;
• el mentiroso carece de mucha práctica en el arte de mentir, y no ha tenido demasiados éxitos en esta materia;
• el mentiroso es particularmente vulnerable al temor a ser atrapado;
• lo que está en juego es mucho;
• hay en juego tanto una recompensa como un castigo; o bien, en el caso de que haya una sola de estas cosas en juego, es el castigo;
• el castigo en caso de ser atrapado mintiendo es grande, o bien el castigo por lo que se intenta ocultar con la mentira es tan grande que no hay incentivo alguno para confesarla;
• el destinatario de la mentira no se beneficia en absoluto con ella.
EL SENTIMIENTO DE CULPA POR ENGAÑAR
El sentimiento de culpa por engañar se refiere a una manera de sentirse respecto de las mentiras que se han dicho, pero no a la cuestión legal de si el sujeto es culpable o inocente. El sentimiento de culpa por engañar debe distinguirse del que provoca el contenido mismo del engaño. Supongamos que en Pleito de honor, Ronnie hubiese robado efectivamente el giro postal. Quizá tendría sentimientos de culpa por el robo en sí, se consideraría a si mismo una persona ruin por haber hecho eso Pero si además le ocultó el robo a su padre, podría sentirse culpable a raíz de haberle mentido: éste sería su sentimiento de culpa por engañar.
Algunos mentirosos no calibran como corresponde el efecto que puede tener en ellos que la víctima les agradezca el engaño en vez de reprochárselo, porque le parece que la está ayudando, o cómo se sentirán cuando vean que le echan a otro la culpa de su fechoría. Ahora bien: estos episodios pueden crear culpa a algunos, pero para otros son un estímulo, el aliciente que los lleva a considerar que la mentira vale la pena. Analizaré esto más adelante bajo el título del deleite que provoca embaucar a alguien. Otra razón de que los mentirosos subestimen el grado de culpa por engañar que pueden llegar a sentir es que sólo después de transcurrido un tiempo advierten que una sola mentira tal vez no baste, que es menester repetirla una y otra vez, a menudo con intenciones más y más elaboradas, para proteger el engaño primitivo.
La vergüenza es otro sentimiento vinculado a la culpa, pero existe entre ambos una diferencia cualitativa. Para sentir culpa no es necesario que haya nadie más, no es preciso que nadie conozca el hecho, porque la persona que la siente es su propio juez. No ocurre lo mismo con la vergüenza. La humillación que la vergüenza impone requiere ser reprobado o ridiculizado por otros. Si nadie se entera de nuestra fechoría, nunca nos avergonzaremos de ella, aunque sí podemos sentirnos culpables. Por supuesto, es posible que coexistan ambos sentimientos. La diferencia entre la vergüenza y la culpa es muy importante, ya que estas dos emociones pueden impulsar a una persona a actuar en sentidos contrarios. El deseo de aliviarse de la culpa tal vez la mueva a confesar su engaño, en tanto que el deseo de evitar la humillación de la vergüenza tal vez la lleve a no confesarlo jamás.
Supongamos que en Pleito de honor, Ronnie había robado el dinero y se sentía enormemente culpable por ello y también por haberle ocultado el hecho a su padre. Quizá desease confesarlo para aliviar sus torturantes remordimientos, pero la vergüenza que le da la presumible reacción de su padre lo detenga. Recordemos que para estimularlo a confesar, su padre le ofrece perdonarlo: no habrá castigo si confiesa. Reduciendo el temor de Ronnie al castigo, aminorará su recelo a ser detectado, pero para conseguir que confiese tendrá que reducir también su vergüenza. Intenta hacerlo diciéndole que lo perdonará, pero podría haber robustecido su argumentación, y aumentado la probabilidad de la confesión, añadiendo algo parecido a lo que le dijo al supuesto asesino el interrogador que cité páginas atrás. El padre de Ronnie podría haberle insinuado, por ejemplo: “Comprendo que hayas robado. Yo habría hecho lo mismo de encontrarme en una situación como ésa, tan tentadora. Todo el mundo comete errores en la vida y hace cosas que luego comprueba que han sido equivocadas. A veces, uno simplemente no puede dejar de hacerlo”.
No habrá jamás mucha culpa por el engaño cuando el engañador no comparte los mismos valores sociales que su víctima. Un individuo se siente poco o nada culpable por mentirle a otros a quienes considera pecadores o malévolos. Un marido cuya esposa es frígida o no quiere tener relaciones sexuales con él no se sentirá culpable de buscarse una amante. Un revolucionario o un terrorista rara vez sentirán culpa por engañar a los funcionarios oficiales.
En la mayoría de estos ejemplos la mentira ha sido autorizada: cada uno de estos sujetos apela a una norma social bien definida que confiere legitimidad al hecho de engañar al opositor. Muy poca es la culpa que se siente en tales engaños autorizados cuando los destinatarios pertenecen al bando opuesto y adhieren a valores diferentes; pero también puede existir una autorización a engañar a individuos que no son opositores, sino que comparten iguales valores que el engañador.
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No necesitas ser un detective profesional para saber si una persona está diciendo la verdad o está incurriendo en una mentira. Lo único que necesitas es saber cuáles son las señales que te esta enviando en sus mensajes y sobre todo ser muy observador con las acciones o inacciones o sea la forma de actuar de la persona mentirosa.
La mentira es una herramienta que casi todas las personas usan alguna vez en su vida, ya sea para perjudicar a una persona y aunque suene extraño, para beneficiar a otra(s) persona(s). Por eso, saber leer las mentiras a tiempo y anticiparte a lo que pudiera ser un daño que te puedan infligir es muy importante para evitarte frustraciones y/o inconvenientes.
Si deseas contar con herramientas para desentrañar la verdad en la gente de la que sospechas, sigue leyendo y utiliza esta información para bien y no para mal.
GESTOS EMOTIVOS Y ACCIONES CONTRADICTORIAS
En la cara están las señales en las que puedes detectar fácilmente y atrapar al mentiroso(a). Algunas son:
• Una persona sincera sonará "congruente". Ésto quiere decir que toda la información que le esté dando (sus palabras, sus acciones, su lenguaje corporal, su sentido de responsabilidad y todo encaja, o sea no contiene contradicciones.) La gente que miente es incoherente y queda mal continuamente, lo que dicen y lo que hacen no siempre va a la par.
• El manejo de los tiempos al demostrar las emociones, también es poco común. Por ejemplo, alguien honesto puede gritar que le gustó mucho el regalo (gesto de sorpresa) y luego demostrar una sonrisa, mientras que un mentiroso tiende a concentrar la sonrisa y el comentario en el mismo tiempo.
• Las expresiones, los gestos y las acciones no concuerdan. Si alguien te dice que te quiere y te da un abrazo y en vez de hablar sobre ti y tu vida sobre ¿como te va?, y lo que hace es que te pregunta inmediatamente por otra persona, o cambia el tema es obvio que lo que sale de su boca no es congruente con sus acciones.
• La expresión de emociones de todo tipo, desde felicidad y sorpresa hasta tristeza y enojo, cubren todo el rostro. Por ejemplo, alguien que sonríe naturalmente implica todo su rostro, incluyendo movimientos en mandíbulas, mejillas y ojos. En el mentiroso no hay emocion en sus ojos ni su frente, solo en sus labios o boca.
REACCIONES
La forma de actuar ante las acciones también es una forma de averiguarlo. A continuación algunas señales:
Una persona que se sabe culpable de una mentira adopta una postura defensiva. Mientras que una inocente va al ataque o a reclamar al sentirse ofendida y cuestionar sus sospechas. El mentiroso se limitará a defenderse y ofrecer excusas, hasta hacer acusaciones contra quien lo cuestiona, hasta valiendose de artimañas poco eticas y/o profesionales, tienden a tergiversar la realidad.
El mentiroso se siente incómodo y evita la conversación y el encuentro de quien lo cuestiona, por lo tanto, tiende a tener el menor contacto posible con la victima de su engaño. Es el tipo de persona que le dice a su secretaria: -Dile que estoy en una reunión.-
Un mentiroso si es cuestionado atacará y subconcientemente se identificara a si mismo al decirle (mentiroso, embaucador o charlatán) a quien le señala, cuando esas palabras realmente se las dice a si mismo, de forma inconciente.
El mentiroso es una persona que cambia mucho de parecer y queda mal de continuo con la gente con quien ha hecho compromisos. Quedar mal es su principal caracteristica.
Si eres una persona que conoce todos los trucos del mentiroso y caes ante sus engaños, entonces tu serás el responsable del mal que te suceda. Si por el contrario los anticipas no deberias sufrir ninguna consecuencia.
Si has decidido creer en alguien o darle una oportunidad y luego te das cuenta que te va a engañar y hacer daño, entonces tienes las opciones de usar tus conocimientos para evitar ser engañado.
Si conoces como detectar un mentiroso puedes hacer una de (3) tres:
O se lo dices y lo confrontas
O dejas que las cosas transcurran y se compliquen
O decides jugar con el y hacerle creer que se va a salir con la suya, entonces lo tomas por sorpresa. (al menos esta es mi preferida) de modo que de esa forma el mentiroso y charlatán aprende una lección.
Para una persona que conoce y sabe leer el lenguaje del los mentirosos, estos son como los idiotas o delincuentes que dejan saber lo que van a hacer con anticipación, de manera que cuando actuan, ya los estaban esperando.
El mentiroso es como un telegrafo que continuamente envia señales.
El proposito de este trabajo es que conozcas esas señales y aprendas a identificarlos con tiempo.
Estudio y Analisis
¿Pueden las personas controlar todos los mensajes que transmiten, incluso cuando están muy perturbadas, o es que su conducta no verbal delatará lo que esconden las palabras?
Mi finalidad al escribir estos estudios no ha sido dirigirme sólo a quienes se ven envueltos en mentiras mortales. He llegado al convencimiento de que el examen de las motivaciones y circunstancias que llevan a la gente a mentir o a decir la verdad puede contribuir a la comprensión de muchas relaciones humanas. Pocas de éstas no entrañan algún engaño, o al menos la posibilidad de un engaño. Los padres les mienten a sus hijos con respecto a la vida sexual para evitarles saber cosas que, en opinión de aquéllos, los chicos no están preparados para saber; y sus hijos, cuando llegan a la adolescencia, les ocultan sus aventuras sexuales porque sus padres no las comprenderían. Van y vienen mentiras entre amigos (ni siquiera su mejor amigo le contaría a usted ciertas cosas), entre profesores y alumnos, entre médicos y pacientes, entre marido y mujer, entre testigos y jueces, entre abogados y clientes, entre vendedores y compradores.
Mentir es una característica tan central de la vida que una mejor comprensión de ella resulta pertinente para casi todos los asuntos humanos. A algunos este aserto los hará estremecerse de indignación, porque entienden que la mentira es siempre algo censurable. No comparto esa opinión. Proclamar que nadie debe mentir nunca en una relación sería caer en un simplismo exagerado; tampoco recomiendo que se desenmascaren todas las mentiras. La periodista Ann Landers está en lo cierto cuando dice, en su columna de consejos para los lectores, que la verdad puede utilizarse como una cachiporra y causar con ella un dolor cruel. También las mentiras pueden ser crueles, pero no todas lo son. Algunas —muchas menos de lo que sostienen los mentirosos— son altruistas. Hay relaciones sociales y/o religiosas que se siguen disfrutando gracias a que preservan determinados mitos (por ejemplo que Jesús nacio un 25 de diciembre y que Santa Claus existe). Sin embargo, ningún mentiroso debería dar por sentado que su víctima quiere ser engañada, y ningún descubridor de mentiras debería arrogarse el derecho a poner al descubierto toda mentira. Existen mentiras inofensivas y hasta humanitarias. Desenmascarar siempre ciertas mentiras que no hacen mayor daño, puede provocar humillación al mentiroso quien tal vez lo haga en cierto modo por agradar y/o hasta hacer amena una conversación. El cuentista folclórico que miente por entretener, no se debe confundír con el mentiroso egoista que va a sacar ventaja de ti y hacerte daño, son dos tipos diferentes.
En muchos casos, la víctima del engaño pasa por alto los errores que comete el embustero, dando la mejor interpretación posible a su comportamiento ambiguo y entrando en connivencia con aquél para mantener el engaño y eludir así las terribles consecuencias que tendría para si mismo al sacarlo a la luz. Un marido engañado por su mujer que hace caso omiso de los signos que delatan el adulterio puede así, al menos, posponer la humillación de quedar al descubierto como cornudo y exponerse a la posibilidad de un divorcio. Aun cuando reconozca para sí la infidelidad de su esposa, quizá coopere en ocultar su engaño para no tener que reconocerlo ante ella o ante los demás. En la medida en que no se hable del asunto, tal vez le quede alguna esperanza, por remota que sea, de haberla juzgado equivocadamente, de que ella no esté envuelta en ningún amorío.
EL ALCANCE DE LA DEFINICIÓN DE MENTIRA
Si una persona que a uno le resulta molesta falta a la verdad, es fácil que la llamemos mentirosa, pero en cambio es muy difícil que empleemos ese término por grave que haya sido su falta a la verdad, si simpatizamos con ella, es nuestro jefe o estamos haciendo un negocio con esa persona.
Sin embargo, para mi definición de lo que es mentir o engañar (utilizo estos términos en forma indistinta), estas cuestiones carecen de significatividad. Muchas personas —por ejemplo, las que suministran información falsa contra su voluntad— faltan a la verdad sin por ello mentir. Una mujer que tiene la idea delirante de que es María Magdalena no es una mentirosa, aunque lo que sostiene es falso. Dar a un cliente un mal consejo en materia de inversiones financieras no es mentir, a menos que en el momento de hacerlo el consejero financiero supiera que estaba faltando a la verdad. Si la apariencia de alguien transmite una muy mala impresión no está por ello mintiendo necesariamente, como no miente el camaleón que apela al camuflaje para asemejarse a una hoja, como no miente el individuo cuya ancha frente sugiere un mayor nivel de inteligencia del que realmente está dotado, como tampoco miente una persona con grandes titulos que en la practica es un mediocre.
Un mentiroso puede decidir que no va a mentir. Desconcertar a la víctima es un hecho deliberado; el mentiroso tiene el propósito de tenerla mal informada. La mentira puede o no estar justificada en opinión del que la dice o de la comunidad a la que pertenece. El mentiroso puede ser una buena o una mala persona, puede contar con la simpatía de todos o resultar antipático y desagradable a todos. Pero lo importante es que la persona que miente está en condiciones de elegir entre mentir y decir la verdad, y conoce la diferencia, Los mentirosos patológicos, que saben que están faltando a la verdad pero no pueden controlar su conducta, no cumplen con mis requisitos. Tampoco aquellos individuos que ni siquiera saben que están mintiendo, de los que a menudo se dice que son víctimas del autoengaño. Un mentiroso puede llegar a creer en su propia mentira con el correr del tiempo; en tal caso, dejaría de ser un mentiroso, y sería mucho más difícil detectar sus faltas a la verdad, por razones que explicaré más adelante. Un episodio de la vida de Benito Mussolini muestra que la creencia en la propia mentira no siempre es beneficiosa para su autor:
“...en 1938, la composición de las divisiones del ejército (italiano) se había modificado de modo tal que cada una de ellas abarcaba dos regimientos en lugar de tres. Esto le resultaba interesante a Mussolini, porque le permitía decir que el fascismo contaba con sesenta divisiones, en lugar de algo más de la mitad; pero el cambio provocó una enorme desorganización justo cuando la guerra estaba por iniciarse; y a raíz de haberse olvidado de él, varios años después Mussolini cometió un trágico error al calcular el poderío de sus fuerzas. Parece que muy pocos, excepto él mismo, fueron engañados”.
Para definir una mentira no sólo hay que tener en cuenta al mentiroso sino también a su destinatario, Hay mentira cuando el destinatario de ella no ha pedido ser engañado, y cuando el que la dice no le ha dado ninguna notificación previa de su intención de mentir. Sería extravagante llamar mentirosos a los actores teatrales; sus espectadores han aceptado ser engañados por un tiempo; por eso están ahí. Los actores no adoptan —como lo hace un estafador— una personalidad falsa sin alertar a los demás de que se trata de una pose asumida sólo por un tiempo. Ningún cliente de un asesor financiero seguiría a sabiendas sus consejos si éste le dijese que la información que va a proporcionarle es muy convincente…, pero falsa.
En mi definición de una mentira o engaño, entonces, hay una persona que tiene el propósito deliberado de engañar a otra, sin notificarla previamente de dicho propósito ni haber sido requerida explícitamente a ponerlo en práctica por el destinatario. Existen dos formas fundamentales de mentir: ocultar y falsear. El mentiroso que oculta, retiene cierta información sin decir en realidad nada que falte a la verdad. El que falsea da un paso adicional: no sólo retiene información verdadera, sino que presenta información falsa como si fuera cierta.
OCULTAMIENTO Y FALSEAMIENTO
A menudo, para concretar el engaño es preciso combinar el ocultamiento con el falseamiento, pero a veces el mentiroso se las arregla con el ocultamiento simplemente.
No todo el mundo considera que un ocultamiento es una mentira; hay quienes reservan este nombre sólo para el acto más notorio del falseamiento. Si un médico no le dice a su paciente que la enfermedad que padece es terminal, si el marido no le cuenta a la esposa que la hora del almuerzo la pasó en un motel con la amiga más íntima de ella, si el detective no le confiesa al sospechoso que un micrófono oculto está registrando la conversación que éste mantiene con su abogado, en todos estos casos no se transmite información falsa, pese a lo cual cada uno de estos ejemplos se ajusta a mi definición de mentira. Los destinatarios no han pedido ser engañados y los ocultadores han obrado de forma deliberada, sin dar ninguna notificación previa de su intento de engañar. Han retenido la información a sabiendas e intencionadamente, no por casualidad. Hay excepciones: casos en que el ocultamiento no es mentira, porque hubo una notificación previa o se logró el consentimiento del destinatario para que lo engañasen. Si marido y mujer concuerdan en practicar un “matrimonio abierto” en que cada uno le ocultará sus amorfos al otro a menos que sea interrogado directamente, no sería una mentira que el primero callase su encuentro con la amiga de su esposa en el motel. Si el paciente le pide al médico que no le diga nada en caso de que las noticias sean malas, no será una mentira del médico que se guarde esa información. Distinto es el caso de la conversación entre un abogado y su cliente, ya que la ley dispone que, por sospechoso que éste sea para la justicia, tiene derecho a esa conversación privada; por lo tanto, ocultar la trasgresión de ese derecho siempre será mentir.
Cuando un mentiroso está en condiciones de escoger el modo de mentir, por lo general preferirá ocultar y no falsear. Esto tiene muchas ventajas. En primer lugar, suele ser más fácil: no hay nada que fraguar ni posibilidades de ser atrapado antes de haber terminado con el asunto. Se dice que Abraham Lincoln declaró en una oportunidad que no tenía suficiente memoria como para ser mentiroso. Si un médico le da a su una explicación falsa sobre la enfermedad que padece para ocultarle que lo llevará a la tumba, tendrá que acordarse de esa explicación para no ser incongruente cuando se le vuelva a preguntar algo, unos días después.
También es posible que se prefiera el ocultamiento al falseamiento porque parece menos censurable. Es pasivo, no activo. Los mentirosos suelen sentirse menos culpables cuando ocultan que cuando falsean, aunque en ambos casos sus víctimas resulten igualmente perjudicadas. El mentiroso puede tranquilizarse a sí mismo con la idea de que la víctima conoce la verdad, pero no quiere afrontarla. Una mentirosa podría decirse: “Mi esposo debe estar enterado de que yo ando con alguien, porque nunca me pregunta dónde he pasado la tarde. Mi discreción es un rasgo de bondad hacia él; por cierto que no le estoy mintiendo sobre lo que hago, sólo he preferido no humillarlo, no obligarlo a reconocer mis amorfos”.
Por otra parte, las mentiras por ocultamiento son mucho más fáciles de disimular una vez descubiertas. El mentiroso no se expone tanto y tiene muchas excusas a su alcance: su ignorancia del asunto, o su intención de revelarlo más adelante, o la memoria que le está fallando, etc., etc. El testigo que declara bajo juramento que lo que dice fue tal como lo dice “hasta donde puede recordarlo”, deja abierta la puerta para escapar por si más tarde tiene que enfrentarse con algo que ha ocultado. El mentiroso que alega no recordar lo que de hecho recuerda pero retiene deliberadamente, está a mitad de camino entre el ocultamiento y el falseamiento. Esto suele suceder cuando ya no basta no decir nada: alguien hace una pregunta, se lo reta a tablar. Su falseamiento consiste en no recordar, con lo cual evita tener que recordar una historia falsa; lo único que precisa recordar es su afirmación falsa de que la memoria le falla. Y si más tarde sale a luz la verdad, siempre podrá decir que él no mintió, que sólo fue un problema de memoria.
Un episodio del escándalo de Watergate que llevó a la renuncia del presidente Richard Nixon ilustra esta estrategia de fallo de la memoria. Al aumentar las pruebas sobre la implicación de los asistentes presidenciales H.R. Haldeman y John Ehrlichman en la intromisión ilegal y encubrimiento, éstos se vieron obligados a dimitir. Mientras aumentaba la presión sobre Nixon, Alexander Haig ocupó el puesto de Haldeman.
“Hacía menos de un mes que Haig estaba de vuelta en la Casa Blanca —leemos en una crónica periodística— cuando, el 4 de junio de 1973, él y Nixon discutieron de qué manera hacer frente a las serias acusaciones de John W. Dean, ex consejero de la Casa Blanca. Según una cinta magnetofónica de esa conversación, que se dio a conocer a la opinión pública durante la investigación, Haig le recomendó a Nixon esquivar toda pregunta sobre esos alegatos diciendo ‘que usted simplemente no puede recordarlo’.
Un fallo de la memoria sólo resulta creíble en limitadas circunstancias. Si al médico se le pregunta silos análisis dieron resultado negativo, no puede contestar que no lo recuerda, ni tampoco el detective puede decir que no recuerda si se coloca ron los micrófonos en la habitación del sospechoso. Un olvido así sólo puede aducirse para cuestiones sin importancia o para algo que sucedió tiempo atrás. Ni siquiera el paso del tiempo es excusa suficiente para no recordar hechos extraordinarios que supuestamente todo el mundo recordará siempre, sea cual fuere el tiempo que transcurrió desde que sucedieron.
Pero cuando la víctima lo pone en situación de responder, el mentiroso pierde esa posibilidad de elegir entre el ocultamiento y el falseamiento. Si la esposa le pregunta al marido por qué no estaba en la oficina durante el almuerzo, él tendrá que falsear los hechos si pretende mantener su amorío en secreto. Podría decirse que aun una pregunta tan común como la que se formula durante la cena, “¿Cómo te fue hoy, querido?”, es un requerimiento de información, aunque es posible sortearlo: el marido aludirá a otros asuntos que ocultan el uso que dio de ese tiempo, a menos que una indagatoria directa lo fuerce a elegir entre inventar o decir la verdad.
Hay mentiras que de entrada obligan al falseamiento, y para las cuales el ocultamiento a secas no bastará. La paciente Mary no sólo debía ocultar su angustia y sus planes de suicidarse, sino también simular sentirse mejor y querer pasar el fin de semana con su familia. Si alguien pretende obtener un empleo mintiendo sobre su experiencia previa, con el ocultamiento solo no le alcanzará: deberá ocultar su falta de experiencia, sí, pero además tendrá que fabricarse una historia laboral. Para escapar de una fiesta aburrida sin ofender al anfitrión no sólo es preciso ocultar la preferencia propia por ver la televisión en casa, sino inventar una excusa aceptable —una entrevista de negocios a primera hora de la mañana, problemas con la chica que se queda a cuidar a los niños, o algo semejante—.
También se apela al falseamiento, por más que la mentira no lo requiera en forma directa, cuando el mentiroso quiere encubrir las pruebas de lo que oculta. Este uso del falseamiento para enmascarar lo ocultado es particularmente necesario cuando lo que se deben ocultar son emociones. Es fácil ocultar una emoción que ya no se siente, mucho más difícil ocultar una emoción actual, en especial si es intensa. El terror es menos ocultable que la preocupación, la furia menos que el disgusto. Cuanto más fuerte sea una emoción, más probable es que se filtre alguna señal pese a los denodados esfuerzos del mentiroso por ocultarla. Simular una emoción distinta, una que no se siente en realidad, puede ayudar a disimular la real. La invención de una emoción falsa puede encubrir la autodelación de otra que se ha ocultado.
MENTIRA Y EMOCIONES
Ponerse una máscara es la mejor manera de ocultar una e emoción, Si uno se cubre el rostro o parte de él con la mano o lo aparta de la persona que habla dándose media vuelta, habitualmente eso dejará traslucir que está mintiendo.
La mejor máscara es una emoción falsa, que desconcierta y actúa como camuflaje. Es terriblemente arduo mantenerse frio o dejar las manos quietas cuando se siente una emoción intensa: no hay ninguna apariencia más difícil de lograr que la frialdad, neutralidad o falta de emotividad cuando por dentro ocurre lo contrario, Mucho más fácil es adoptar una pose, detener o contrarrestar con un conjunto de acciones contrarias a aquellas que expresan los verdaderos sentimientos.
El juego de poker es otra de las situaciones en las que uno puede recurir al enmascaramiento para ocultar una emoción. Si un jugador se entusiasma con la perspectiva de llevarse todo el dinero porque ha recibido unas cartas soberbias, deberá disimular su entusiasmo si no quiere que los demás se retiren del juego en esa vuelta. Ponerse una máscara con señales de otra clase de sentimiento sería peligroso: si pretende parecer decepcionado o irritado por las cartas que le vinieron, los demás pensarán que no tiene un buen juego y que se irá al mazo, en vez de continuar la partida. Por lo tanto, tendrá que lucir su rostro más neutral, el propio de un jugador de poker. En caso de que le hayan venido cartas malas y quiera disimular su desengaño o fastidio con un “bluff”, o sea, una fuerte apuesta engañosa tendente a asustar a los otros, podría usar una máscara: fraguando entusiasmo o alegría quizá logre esconder su desilusión y dar la impresión de que tiene buenas cartas, pero es probable que los demás jugadores caigan en la trampa y lo consideren un novato: se supone que un jugador experto ha dominado el arte de no revelar ninguna emoción sobre lo que tiene en la mano.
Dicho sea de paso, las falsedades que sobrevienen en una partida de poker –los ocultamientos o los bluffs— no se ajustan a mi definición lo que es una mentira: nadie espera que un jugador de poker vaya a revelar las cartas que ha recibido y el juego en sí constituye una notificación previa de que los jugadores tratarán de despistarse unos a otros.
En su estilo sobre los jugadores de poker, David Hayano describe otra de las estratagemas utilizadas por los jugadores profesionales: “charlan animadamente a lo largo de toda la partida para poner nerviosos y ansiosos a sus contrincantes. (...) Dicen verdades como si fueran mentiras, y mentiras como si fueran verdades. Junto con esta verborrea, usan gestos y ademanes vivaces y exagerados. De uno de estos jugadores se decía que ‘se movía más que una bailarina de cabaret en la danza del vientre’ “. (“Poker Lies and Tells”, Human Behavior, marzo 1979.)
Para ocultar una emoción cualquiera, puede inventarse cualquier otra emoción falsa. La más habitualmente utilizada la sonrisa. Actúa como lo contrario de todas las emociones creativas: temor, ira, desazón, disgusto, etc. Suele elegírsela porque para concretar muchos engaños el mensaje que se necesita es alguna variante de que uno está contento. El empleado desilusionado porque su jefe ha promocionado a otro en lugar de él le sonreirá al jefe, no sea que éste piense que se siente herido o enojado. La amiga cruel adoptará la pose de bienintencionada descargando sus acerbas críticas con una sonrisa de sincera preocupación.
Otra razón por la cual se recurre tan a menudo a la sonrisa como máscara es que ella forma parte de los saludos convencionales y suelen requerirla la mayoría de los intercambios socia les corteses. Aunque una persona se sienta muy mal, por lo común no debe demostrarlo para nada ni admitirlo en un intercambio de saludos; más bien se supone que disimulará su malestar y lucirá la más amable sonrisa al contestar: “Estoy muy bien, gracias, ¿y usted?”. Sus auténticos sentimientos probablemente pasarán inadvertidos, no porque la sonrisa sea una máscara tan excelente, sino porque en esa clase de intercambios corteses a la gente rara vez le importa lo que siente el otro. Todo lo que pretende es que finja ser amable y sentirse a gusto. Es rarísimo que alguien se ponga a escrutar minuciosamente lo que hay detrás de esas sonrisas: en el contexto de los saludos amables, todo el mundo está habituado a pasar por alto las mentiras. Podría aducirse que no corresponde llamar mentiras a estos actos, ya que entre las normas implícitas de tales intercambios sociales está la notificación previa de que nadie transmitirá sus verdaderos sentimientos.
Otro de los motivos por los cuales la sonrisa goza de tanta popularidad como máscara es que constituye la expresión facial de las emociones que con mayor facilidad puede producirse a voluntad. Mucho antes de cumplir un año, el niño ya sabe sonreír en forma deliberada; es una de sus más tempranas manifestaciones tendentes a complacer a los demás. A lo largo de toda la vida social, las sonrisas presentan falsamente sentimientos que no se sienten pero que es útil o necesario mostrar. Pueden cometerse errores en la forma de evidenciar estas sonrisas falsas, prodigándolas demasiado o demasiado poco. También puede haber notorios errores de oportunidad, dejándolas caer mucho antes de la palabra o frase a la que deben acompañar, o mucho después. Pero en sí mismos los movimientos que llevan a producir una sonrisa son sencillos, lo que no sucede con la expresión de todas las demás emociones.
A la mayoría de la gente, las emociones que más les cuesta fraguar son las negativas. Mi investigación revela que la mayor parte de los sujetos no son capaces de mover de forma voluntaria los músculos específicos necesarios para simular con realismo una falsa congoja o un falso temor. El enojo y la repulsión no vivenciados pueden desplegar- se con algo más de facilidad, aunque se cometen frecuentes equivocaciones. Si la mentira exige falsear una emoción negativa en lugar de una sonrisa, el mentiroso puede verse en aprietos. Hay excepciones: Hitler era, evidentemente, un actor superlativo, dotado de una gran capacidad para inventar convincentemente emociones falsas. En una entrevista con el embajador inglés se mostró terriblemente enfurecido, gritó que así no se podía seguir hablando y se fue dando un portazo; un oficial alemán presente en ese momento contó más adelante la escena de este modo: “Apenas había cerrado estrepitosamente la puerta que lo separaba del embajador, lanzó una carcajada, se dio una fuerte palmada en el muslo y exclamó: ‘¡Chamberlain no sobrevivirá a esta conversación! Su gabinete caerá esta misma noche’“
OTRAS FORMAS DE MENTIRA
Además del ocultamiento y el falseamiento, existen muchas otras maneras de mentir. Ya sugerí una al referirme a lo que podría hacer Ruth, el personaje de Updike, para mantener engañado a su marido a pesar del pánico. En vez de ocultar este último, cosa difícil, podría reconocerlo pero mentir en lo tocante al motivo que lo había provocado.
Otra técnica parecida consiste en decir la verdad de una manera retorcida, de tal modo que la víctima no la crea. O sea, decir la verdad... falsamente. O también recurriendo, a propósito, a la exageración.
Un ardid semejante al de decir falsamente una verdad es ocultarla a medias. Se dice la verdad, pero sólo de manera parcial. Una exposición insuficiente, o una que deja fuera el elemento decisivo, permite al mentiroso preservar el engaño sin decir de hecho nada que falte a la verdad.
Otra técnica que permite al mentiroso evitar decir algo que falte a la verdad es la evasiva por inferencia incorrecta. El columnista de un periódico describió humorísticamente cómo es posible apelar a ella para resolver el conocido intríngulis de tener que emitir una opinión ante la obra de un amigo cuando esa obra a uno no le gusta. Supongamos que es el día de la inauguración de su exposición de cuadros. Uno piensa que los cuadros de su amigo son un espanto, pero hete aquí que antes de poder deslizarse hacia la puerta de salida nuestro amigo viene a estrecharnos la mano y sin demora nos pregunta qué opinamos:
“‘Oh, Jerry’ —le contestaremos (suponiendo que nuestro artista se llame Jerry), y mirándolo fijo a los ojos como si estuviéramos embargados por la emoción, añadiremos: —‘¡Jerry, Jerry, Jerry!’. "te la comistes"
No hay que soltarle la mano en todo este tiempo ni dejar de mirarlo fijo. Hay un 99 por ciento de probabilidades de que Jerry finalmente se libere de nuestro apretón de mano, farfulle una frase modesta y siga adelante... Claro que hay variantes. Por ejemplo, adoptar el tono altanero de un crítico de arte y la tercera persona gramatical invisible, y dividiendo en dos etapas la declaración, decir: ‘Jerry. Jerry. ¿Qué podría uno decir’?’ O bajando el tono de voz, más equívocamente: ‘Jerry... No encuentro palabras’. O con un poquito más de ironía: ‘Jerry: todo el mundo, todo el mundo, habla de ti’ “.
La virtud de esta estratagema, como la de la verdad a medias o la de decir la verdad falsamente, consiste en que el mentiroso no se ve forzado a faltar en modo alguno a la verdad. Sin embargo, considero que éstas son mentiras de todas maneras, porque hay un propósito deliberado de despistar al destinatario sin darle ninguna notificación previa.
Algún aspecto del comportamiento del mentiroso puede traicionar estas mentiras. Existen dos clases de indicios del engaño: un error puede revelar la verdad, o bien puede sugerir que lo dicho o lo hecho no es cierto sin por ello revelar qué es lo cierto. Cuando por error un mentiroso revela la verdad, yo lo llamo autodelación; y llamo pista sobre el embuste a las características de su conducta que nos sugieren que está mintiendo pero no nos dicen cuál es la verdad. Si el médico de una paciente que miente nota que ella se retuerce las manos al mismo tiempo que le dice que se siente muy bien, tendrá una pista sobre su embuste, una razón para sospechar que ella le miente; pero no sabrá cómo se siente realmente —podría estar rabiosa por la mala atención que se le brinda en el hospital, o disgustada consigo misma, o temerosa por su futuro—, salvo que ella cometa una autodelación. Una expresión de su rostro, su tono de voz, un desliz verbal o ciertos ademanes podrían traslucir sus auténticos sentimientos.
Una pista sobre el embuste responde al interrogante de si el sujeto está o no mintiendo, pero no revela lo que él oculta: sólo una autodelación puede hacerlo. Con frecuencia, eso no importa. La pista sobre el embuste es suficiente cuando la cuestión es saber si la persona miente, más que saber qué es lo que oculta. En tal caso no se precisa ninguna autodelación. La información sustraída puede imaginarse, o no viene al caso. Si un gerente percibe, gracias a una pista de este tipo, que el candidato que se presentó para el cargo le está mintiendo, con eso le basta, y no necesita ninguna autodelación del candidato para tomar la decisión de no emplear en su empresa a un mentiroso.
Hay ocasiones en que la autodelación sólo proporciona una parte de la información que la víctima necesita conocer: transmite más que la pista sobre el embuste, pero no todo lo que se ha ocultado. Recordemos el episodio ya mencionado de Marry Me, de Updike. Ruth se vio presa del pánico porque no sabía cuánto había escuchado su esposo de la conversación telefónica que ella había mantenido con su amante. Cuando Jerry se dirigió a ella, tal vez Ruth hiciera algo que dejase traslucir su pánico (un temblor en los labios, un fugaz enarcamiento de las cejas). En ese contexto, un indicio tal sería suficiente para saber que estaba mintiendo, pues... ¿por qué otro motivo podría preocuparle que su esposo le hiciera esa pregunta? Ahora bien, dicha pista nada le diría a Jerry en cuanto a la mentira en sí, ni con quién estaba hablando ella. Jerry obtuvo parte de esa información porque la voz de Ruth la autodelató. Al explicarle por qué motivo no creía en lo que ella le había dicho sobre su interlocutor telefónico, Jerry le dice:
“—Fue por tu tono de voz.
“—¿En serio? ¿Y cómo era?— ella quiso lanzar una risita nerviosa.
“El miró al aire, como si se tratase de un problema estético. Se veía cansado y con el cabello cortado al ras parecía más joven y más delgado.
“—-Era un tono distinto al de costumbre —dijo—» Era la voz de una mujer»
“—Eso es lo que soy: una mujer.
“—Pero conmigo usas una voz de chiquilla —continuó él”.
La voz que había usado Ruth no era la que usaría con una empleada de la escuela dominical, sino más bien con un amante. Ella trasunta que el engaño de Ruth probablemente esté referido a un asunto amoroso, aunque todavía no le dice a su marido cómo es toda la historia. Jerry no sabe aún si el idilio acaba de comenzar o está avanzado; tampoco sabe quién es el amante de su mujer. No obstante, sabe más de lo que habría podido averiguar con una pista sobre su embuste, que a lo sumo le habría informado que ella mentía.
EL TEMOR A SER ATRAPADO
En sus formas más moderadas, este temor, en vez de desbaratar las cosas, puede ayudar al mentiroso a no incurrir en equivocaciones al mantenerlo alerta. Si el temor es mayor, puede producir signos conductuales que el descubridor de mentiras avezado notará enseguida, y si es mucho mayor, el temor del mentiroso a ser atrapado da origen exactamente a lo que él teme. Si un mentiroso fuera capaz de calibrar cuál será su recelo a ser detectado en caso de embarcarse en un embuste, estaría en mejores condiciones para resolver si vale la pena correr el riesgo. Y aunque ya haya decidido correrlo, saber estimar qué grado de recelo a ser detectado podría llegar a sentir lo ayudará a programar medidas contrarrestantes a fin de reducir u ocultar su temor. Esta información puede serle útil, asimismo, al descubridor de mentiras: si prevé que un sospechoso tiene mucho temor de ser atrapado, estará muy atento a cualquier evidencia de ese temor.
Un padre que se ha mostrado suspicaz y desconfiado con su hijo y no le ha creído cuando le dijo la verdad, despertará temor en un chico inocente. Esto plantea un problema decisivo en la detección del engaño: es casi imposible diferenciar el temor a que no le crean del niño inocente, del recelo a ser detectado que siente el niño culpable: las señales de uno y otro serán las mismas.
Estos problemas no se presentan exclusivamente en el descubrimiento del engaño entre padre e hijo: siempre es difícil distinguir el temor del inocente a que no le crean, del recelo del culpable a ser detectado. Y la dificultad se agranda cuando el descubridor de la mentira tiene fama de suspicaz, de no haber aceptado sin más la verdad anteriormente. A éste le será cada vez más problemático distinguir aquel temor de este recelo. La práctica del engaño, así como el éxito reiterado en instrumentarlo, reducirá siempre el recelo a ser detectado. El marido que engaña a su esposa con la decimocuarta amante no se preocupará mucho porque lo atrape: ya tiene práctica suficiente, sabe lo que puede prever que sucederá y lo que tiene que encubrir; y lo que es más importante, sabe que puede salir airoso. La confianza en uno mismo aminora el recelo de ser descubierto. Por otra parte, un mentiroso que se propasa en su autoconfianza puede cometer errores por descuido; es probable que cierto recelo de ser detectado sea útil para todos los mentirosos.
El detector eléctrico de mentiras, o polígrafo, opera basándose en los mismos principios que la persona que quiere detectar mentiras a través de señales conductuales que las traicionen, y está sujeto a los mismos problemas. El polígrafo no detecta mentiras sino sólo señales emocionales. Sus cables le son aplicados al sospechoso a fin de medir los cambios en su respiración, sudor y presión arterial. Pero en sí mismos el sudor o la presión arterial no son signos de engaño: las palmas de las manos se humedecen y el corazón late con mayor rapidez cuando el individuo experimenta una emoción cualquiera.
Por eso, antes de efectuar esta prueba, la mayoría de los expertos que utilizan el polígrafo tratan de convencer al sujeto de que el aparato nunca falla, y le administran lo que se conoce como una “prueba de estimulación”. La técnica más frecuente consiste en demostrarle al sospechoso que la máquina podrá adivinar qué naipe ha extraído del mazo. Se le hace extraer un naipe y después volver a ponerlo en el mazo; luego se le pide que conteste negativamente cada vez que el examinador le inquiere por un naipe en particular. Algunos expertos que emplean este aparato no cometen errores gracias a que desconfían de él, y utilizan un mazo de naipes marcados. Justifican la trampa basándose en dos argumentos: si el sospechoso es inocente, importa que él crea que la máquina es perfecta, pues de lo contrario tendría temor de que no le creyesen; si es culpable, importa que tenga recelo de ser atrapado, pues de lo contrario el aparato no operaría en verdad. La mayoría de los que utilizan el polígrafo no incurren en esta trampa contra sus sujetos, y confían en que el polígrafo sabrá decirles con exactitud cuál fue el naipe extraído.
Ocurre lo mismo que en "Pleito de Honor": el sospechoso tiene que estar persuadido de la habilidad del otro para descubrir su mentira. Los signos de que tiene temor serían ambiguos si no pudiesen disponerse las cosas de modo que únicamente el mentiroso tenga miedo, no el veraz Los exámenes con polígrafos no sólo fracasan porque algunos inocentes temen ser falsamente acusados o porque por algún otro motivo los perturba el hecho de ser sometidos a un examen, sino también porque algunos delincuentes no creen en la máquina mágica: saben que pueden burlarla, y por eso mismo se vuelve más probable que sean capaces de lograrlo.
Hasta ahora hemos visto de qué manera la fama del descubridor de mentiras puede influir en el recelo a ser detectado del mentiroso y en el temor a que no le crean del inocente. Otro factor que gravita en el recelo a ser detectado es la personalidad del mentiroso. Hay individuos a los que les cuesta mucho mentir, en tanto que otros lo hacen con pasmosa soltura. Se sabe mucho más de los que mienten con facilidad que de los que no pueden hacerlo. Algo pude descubrir sobre estos últimos en mi investigación sobre el ocultamiento de las emociones negativas.
Hay individuos que son especialmente recelosos de ser atrapados mintiendo; están convencidos de que todos los que los están mirando se darán cuenta de que miente, lo que se convierte en una profecía que termina por cumplirse
Hasta ahora he descrito dos factores determinantes del recelo a se detectado: la personalidad del mentiroso y, antes que esto, la fama y carácter del descubridor de la mentira. No menos importante es lo que está en juego al mentir. La regla es muy simple: cuanto más sea lo que está en juego, mayor será el recelo a ser detectado. Pero la aplicación de esta regla puede ser complicada, porque no siempre es sencillo averiguar qué es lo que está en juego.
El recelo a ser detectado será mayor si lo que está en juego es evitar un castigo, y no meramente ganar una recompensa.
Un engaño puede acarrear dos clases de castigo: el castigo que aguarda en caso de que la mentira falle y el que puede recibir el propio acto de mentir. Si están en juego ambos, será mayor el recelo a ser detectado. A veces el castigo en caso de que a uno lo descubran engañando es mucho peor que el castigo que deseaba evitar con su engaño. En ‘Pleito de honor’, el padre le comunicó a su hijo que ésa era la situación. Si el descubridor de mentiras puede hacerle saber con claridad al sospechoso, antes de interrogarlo, que su castigo por mentir será peor que el que se le imponga por su delito, tiene más probabilidades de disuadirlo de que mienta.
Pero aunque el transgresor sepa que el daño que sufrirá si se descubre su mentira será mayor que el que recibirá si admite su falta, mentir puede resultarle muy tentador, ya que confesar la verdad le provocará perjuicios inmediatos y seguros, en tanto que la mentira contiene en sí la posibilidad de evitar todo perjuicio. La perspectiva de eludir un castigo inmediato puede ser tan atrayente que el impulso que lo lleva a eso hace que el mentiroso subestime la probabilidad de ser atrapado, y el precio que ha de pagar en caso de serlo. El reconocimiento de que la confesión habría sido una mejor estrategia llega demasiado tarde, cuando el engaño se ha mantenido ya por tanto tiempo y con tantas argucias, que ni siquiera la confesión logra reducir el castigo.
Para sintetizar, el recelo a ser detectado es mayor cuando:
• el destinatario tiene fama de no ser fácilmente engañable;
• el destinatario se muestra suspicaz desde el comienzo;
• el mentiroso carece de mucha práctica en el arte de mentir, y no ha tenido demasiados éxitos en esta materia;
• el mentiroso es particularmente vulnerable al temor a ser atrapado;
• lo que está en juego es mucho;
• hay en juego tanto una recompensa como un castigo; o bien, en el caso de que haya una sola de estas cosas en juego, es el castigo;
• el castigo en caso de ser atrapado mintiendo es grande, o bien el castigo por lo que se intenta ocultar con la mentira es tan grande que no hay incentivo alguno para confesarla;
• el destinatario de la mentira no se beneficia en absoluto con ella.
EL SENTIMIENTO DE CULPA POR ENGAÑAR
El sentimiento de culpa por engañar se refiere a una manera de sentirse respecto de las mentiras que se han dicho, pero no a la cuestión legal de si el sujeto es culpable o inocente. El sentimiento de culpa por engañar debe distinguirse del que provoca el contenido mismo del engaño. Supongamos que en Pleito de honor, Ronnie hubiese robado efectivamente el giro postal. Quizá tendría sentimientos de culpa por el robo en sí, se consideraría a si mismo una persona ruin por haber hecho eso Pero si además le ocultó el robo a su padre, podría sentirse culpable a raíz de haberle mentido: éste sería su sentimiento de culpa por engañar.
Algunos mentirosos no calibran como corresponde el efecto que puede tener en ellos que la víctima les agradezca el engaño en vez de reprochárselo, porque le parece que la está ayudando, o cómo se sentirán cuando vean que le echan a otro la culpa de su fechoría. Ahora bien: estos episodios pueden crear culpa a algunos, pero para otros son un estímulo, el aliciente que los lleva a considerar que la mentira vale la pena. Analizaré esto más adelante bajo el título del deleite que provoca embaucar a alguien. Otra razón de que los mentirosos subestimen el grado de culpa por engañar que pueden llegar a sentir es que sólo después de transcurrido un tiempo advierten que una sola mentira tal vez no baste, que es menester repetirla una y otra vez, a menudo con intenciones más y más elaboradas, para proteger el engaño primitivo.
La vergüenza es otro sentimiento vinculado a la culpa, pero existe entre ambos una diferencia cualitativa. Para sentir culpa no es necesario que haya nadie más, no es preciso que nadie conozca el hecho, porque la persona que la siente es su propio juez. No ocurre lo mismo con la vergüenza. La humillación que la vergüenza impone requiere ser reprobado o ridiculizado por otros. Si nadie se entera de nuestra fechoría, nunca nos avergonzaremos de ella, aunque sí podemos sentirnos culpables. Por supuesto, es posible que coexistan ambos sentimientos. La diferencia entre la vergüenza y la culpa es muy importante, ya que estas dos emociones pueden impulsar a una persona a actuar en sentidos contrarios. El deseo de aliviarse de la culpa tal vez la mueva a confesar su engaño, en tanto que el deseo de evitar la humillación de la vergüenza tal vez la lleve a no confesarlo jamás.
Supongamos que en Pleito de honor, Ronnie había robado el dinero y se sentía enormemente culpable por ello y también por haberle ocultado el hecho a su padre. Quizá desease confesarlo para aliviar sus torturantes remordimientos, pero la vergüenza que le da la presumible reacción de su padre lo detenga. Recordemos que para estimularlo a confesar, su padre le ofrece perdonarlo: no habrá castigo si confiesa. Reduciendo el temor de Ronnie al castigo, aminorará su recelo a ser detectado, pero para conseguir que confiese tendrá que reducir también su vergüenza. Intenta hacerlo diciéndole que lo perdonará, pero podría haber robustecido su argumentación, y aumentado la probabilidad de la confesión, añadiendo algo parecido a lo que le dijo al supuesto asesino el interrogador que cité páginas atrás. El padre de Ronnie podría haberle insinuado, por ejemplo: “Comprendo que hayas robado. Yo habría hecho lo mismo de encontrarme en una situación como ésa, tan tentadora. Todo el mundo comete errores en la vida y hace cosas que luego comprueba que han sido equivocadas. A veces, uno simplemente no puede dejar de hacerlo”.
No habrá jamás mucha culpa por el engaño cuando el engañador no comparte los mismos valores sociales que su víctima. Un individuo se siente poco o nada culpable por mentirle a otros a quienes considera pecadores o malévolos. Un marido cuya esposa es frígida o no quiere tener relaciones sexuales con él no se sentirá culpable de buscarse una amante. Un revolucionario o un terrorista rara vez sentirán culpa por engañar a los funcionarios oficiales.
En la mayoría de estos ejemplos la mentira ha sido autorizada: cada uno de estos sujetos apela a una norma social bien definida que confiere legitimidad al hecho de engañar al opositor. Muy poca es la culpa que se siente en tales engaños autorizados cuando los destinatarios pertenecen al bando opuesto y adhieren a valores diferentes; pero también puede existir una autorización a engañar a individuos que no son opositores, sino que comparten iguales valores que el engañador.
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Maledictum Sanguine- Admininistrador
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